Reseña. «La sombra del águila» de Pérez-Reverte: historia, ironía y supervivencia

«La sombra del águila» de Arturo Pérez-Reverte (1993; RBA, 1999)

Opinión:

En una noche de rol con amigos, siempre surgen anécdotas o comentarios jocosos alrededor de la mesa de juego de lo más inesperado. En la última, uno de ellos comentó lo divertida que le pareció La sombra del águila de Arturo Pérez-Reverte; y sus recuerdos de aquel batallón español engañando a Napoleón y los apodos ingeniosos con que se referían a él, prendió la chispa para unas risas, porque, es tan nuestro rebautizar a los grandes con un toque de guasa castiza… Así que, como me entraron ganas de releer esta novela, tan diferente a otros títulos más recientes de su autor, rescaté de mi librería una antigua edición que poseo para disfrutarla de nuevo, cosa que hice.

La obra se enmarca en un contexto histórico preciso: la campaña napoleónica de Rusia de 1812, específicamente durante la desastrosa retirada del ejército de Napoleón tras el incendio de Moscú. Este episodio histórico, uno de los más sombríos de la era napoleónica, sirve como telón de fondo para una narración que combina rigor histórico con un enfoque irónico y humano sobre los avatares de la guerra.

La novela está ambientada principalmente en Rusia, con un foco inicial en la ficticia batalla de Sbodonovo (inspirada en enfrentamientos reales como Borodino), y se extiende hasta Moscú y la retirada a través del río Beresina. La atmósfera es cruda, opresiva y cargada de un realismo descarnado: el humo de la pólvora, el frío glacial, el hambre, la sangre y el cansancio impregnan cada página. Pérez-Reverte recrea un paisaje desolador de maizales quemados, aldeas arrasadas y ríos helados, donde la guerra se muestra como un caos brutal y deshumanizante. Sin embargo, esta atmósfera sombría se aligera con un humor negro y una ironía mordaz que atraviesan la narración, ofreciendo un contraste entre la grandilocuencia de los generales y la miseria de los soldados rasos.

El narrador es omnisciente, pero adopta un tono colectivo que simula ser la voz de los soldados españoles del 326 de Infantería de Línea. Este «nosotros» narrativo, a menudo interrumpido por reflexiones en primera persona plural, otorga una perspectiva íntima y coral, como si los propios protagonistas contaran su historia desde las trincheras. Este enfoque permite al lector sentirse parte del batallón, compartiendo sus fatigas, sus sarcasmos y sus desencantos. Además, el narrador alterna entre la visión de los soldados y breves incursiones en los pensamientos de Napoleón y su Estado Mayor, lo que enriquece la narración con un contrapunto entre la estrategia altiva de los mandos y la cruda realidad de la tropa.

La trama gira en torno a las peripecias del segundo batallón del 326 de Infantería de Línea, compuesto por soldados españoles enrolados a la fuerza en el ejército napoleónico tras ser capturados en Dinamarca en 1808. Durante la batalla de Sbodonovo, este batallón decide desertar en masa para unirse al enemigo y escapar de la pesadilla napoleónica, y por un malentendido, cierto movimiento es interpretado por el «Petit Cabrón» de Napoleón y su Estado Mayor como un gesto heroico. Este equívoco desencadena una serie de eventos que mezclan lo trágico con lo cómico, mostrando cómo el azar y las percepciones erróneas pueden alterar el curso de la historia.

El protagonista es colectivo: el segundo batallón del 326, un grupo de soldados españoles definidos por su resistencia, su sarcasmo y su anhelo de regresar a casa. Este conjunto coral cobra vida a través de figuras que, sin robarle el foco al grupo, destacan por su humanidad y carácter. El capitán Roque García, un soriano pequeño y recio con patillas de “boca de hacha”, lidera con una mezcla de rudeza y corazón, enfrentándose incluso a Napoleón con su mirada desafiante. Junto a él, el fusilero Mínguez, un gaditano valiente y afeminado, encarna la lealtad con su devoción por García. Pedro el cordobés, con su guitarra, aporta un hilo de nostalgia y ternura. Napoleón, apodado el “Petit Cabrón”, aparece como una presencia imponente pero humana, admirando al batallón sin sospechar de sus intenciones. El mariscal Murat, vanidoso y audaz, y el tartamudo general Labraguette, reflejo de la decadencia del mando, completan un elenco donde los contrastes entre la tropa y la élite militar refuerzan la crítica histórica de la obra.

El estilo de Pérez-Reverte en La sombra del águila es directo, vigoroso y cargado de un realismo visceral que bebe de su experiencia como periodista de guerra. Su prosa es ágil, con frases cortas y contundentes que reflejan el ritmo caótico de la batalla y la rudeza del lenguaje militar. Sin embargo, lo que distingue esta obra es su tono irónico y desmitificador: el autor despoja a la guerra de su aura romántica, mostrando su absurdo y su crueldad a través del sarcasmo y el humor negro. Las alusiones históricas y las descripciones precisas (como el «raaas-taca-bum» de las granadas) demuestran su erudición, mientras que el uso de expresiones castizas y giros coloquiales dota a los personajes de autenticidad y cercanía. Este equilibrio entre lo trágico y lo cómico hace de la novela una obra única, que critica la grandilocuencia histórica desde la perspectiva de los olvidados.

La sombra del águila es una obra breve pero poderosa, donde su autor fusiona historia, ironía y humanidad para narrar la epopeya involuntaria de un batallón español atrapado en el torbellino napoleónico. A través de su periplo, el autor reflexiona sobre la supervivencia, el honor y la identidad, ofreciendo un retrato crudo y desengañado de la guerra que humaniza a sus protagonistas en lugar de glorificarlos.

Publicada hace más de 3 décadas, esta novela sigue siendo una muestra del talento de Pérez-Reverte para convertir la historia en literatura viva, con un estilo que atrapa y una atmósfera que estremece. Es, en definitiva, un canto a los anónimos que, entre el barro y la nieve, forjaron su propia epopeya sin pretenderlo. Aunque en los últimos años ninguna de sus novelas me ha convencido por su tendencia a una prosa más descriptiva y un ritmo narrativo mucho más lento, La sombra del águila me encanta precisamente por lo que aquí destaco: su capacidad para cautivar sin excesos.

Mi valoración: 4/5

Puntuación: 4 de 5.

Arturo Pérez-Reverte  se dedica en exclusiva a la literatura, tras dejar su carrera de reportero de prensa, radio y televisión, cubriendo informativamente conflictos internacionales.

De su producción literaria destacan títulos como El húsar (1986), El maestro de esgrima (1988), La tabla de Flandes (1990), El club Dumas (1993), La sombra del águila (1993), Territorio comanche (1994),  La piel del tambor (1995), La carta esférica (2000), Con ánimo de ofender (2001), La Reina del Sur (2002), Cabo Trafalgar (2004), El pintor de batallas (2006), Un día de cólera (2007), Ojos azules (2009), Cuando éramos honrados mercenarios (2009) y la colección Las aventuras del capitán Alatriste, iniciada en 1996. Estos títulos consolidan una espectacular carrera literaria más allá de nuestras fronteras, donde ha recibido importantes galardones literarios, entre los cuales cabe destacar el Grand Prix de literatura policíaca de Francia (1993) y Premio Palle Rosenkranz de Dinamarca por El club Dumas (1994) o el premio Jean Monnet de literatura europea por La piel del tambor (1997). En 1998 es nombrado Caballero de la Orden de las Letras y las Artes de Francia; en 2003, miembro de la Real Academia Española y en 2004, primer Doctor Honoris Causa de la Universidad Politécnica de Cartagena.

FICHA TÉCNICA DE MI EDICIÓN:
Título: La sombra del águila
Autor: Arturo Pérez-Reverte
Editorial: RBA
Colección: Nueva narrativa
Encuadernación: Tapa dura
Dimensiones: 21 x 13 cm
ISBN: 84-473-1513-4
Nº de páginas: 154
Fecha de edición: 1999
Idioma: Español

2 respuestas a “Reseña. «La sombra del águila» de Pérez-Reverte: historia, ironía y supervivencia

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