Entrevista a Miguel de Cervantes Saavedra

Valladolid, 1605.

Elghinn: Don Miguel, muchas gracias por recibirme. Imagino que no debe ser fácil encontrar un hueco entre tanta pluma y papel. Me encantaría empezar por algo personal: ¿cómo fue su infancia en Alcalá? ¿Ya soñaba con escribir historias?

Cervantes: [Ríe suavemente] Gracias por venir, aunque confieso que no estoy acostumbrado a tanto interés por este viejo soldado. Mi infancia… pues fue humilde, eso seguro. Mi padre era cirujano-barbero, un oficio más de sangre y tijeras que de letras. En Alcalá correteaba por las calles, miraba a los estudiantes de la universidad con envidia y escuchaba las historias de los viajeros. No diría que soñaba con escribir, más bien con escapar, con vivir algo grande. Las historias vinieron después, como una forma de ordenar el caos que llevaba dentro.

E: Hablando de caos, su vida no fue precisamente tranquila. Batallas, cautiverio… ¿Cómo marcó eso lo que escribió después?

C: [Se frota la mano izquierda, que no mueve bien] Lepanto fue un orgullo y una maldición. Sentí la gloria de pelear contra los turcos en 1571, pero esta mano tullida me recuerda cada día el precio. Y luego, el cautiverio en Argel… cinco años de cadenas, de planes de fuga que nunca salían bien. Allí aprendí a mirar a los hombres, sus miedos, sus grandezas. Todo eso está en el Quijote, ¿sabes? Alonso Quijano lleva algo de mi locura por querer ser más de lo que el mundo le permite.

E: El Quijote… ¿De dónde salió esa idea tan loca y genial de un caballero andante en un tiempo que ya no creía en ellos?

C: [Sonríe con picardía] Mira, yo estaba harto de esos libros de caballerías tan pomposos, con héroes perfectos que nunca sudaban ni se caían del caballo. Quise reírme un poco de ellos, pero también de nosotros mismos. Don Quijote es un loco, sí, pero ¿no lo somos todos un poco? Yo lo fui al pensar que podía vivir de la pluma en un país que prefiere las armas. Y Sancho… bueno, Sancho es el amigo que todos necesitamos para no perder del todo el juicio.

E: Sancho, parece tan real… ¿Se inspiró en alguien?

C: [Se queda pensativo] No en uno solo, sino en muchos. En los campesinos que conocí, en los compañeros de cautiverio que hablaban de sus casas con una mezcla de nostalgia y sentido común. Sancho es la tierra, el que te baja de las nubes. Pero también tiene su propia locura, ¿eh? Porque seguir a un loco como Quijote no es precisamente de cuerdos.

E: Me fascina cómo mezcla lo trágico y lo cómico. ¿Era esa su intención o salió solo?

C: [Suspira] La vida me enseñó que no hay tragedia sin un poco de risa, ni risa sin un fondo amargo. En Argel, mientras planeaba fugas imposibles, había momentos absurdos que te hacían reír aunque estuvieras encadenado. Quise que el Quijote fuera así: que te rías de sus caídas, pero que luego te duela un poco el corazón por él. No sé si lo logré, la verdad.

E: Hablando de frustraciones, ¿hubo algo que le doliera no haber conseguido con sus obras?

C: [Frunce el ceño] ¡Ay, sí! Las comedias, mis pobres comedias. Yo quería brillar en los corrales de comedias, ser un Lope de Vega, que el público me aplaudiera en pie. Pero no, mis obras no cuajaron como esperaba. Y luego está el dinero… Escribí el Quijote y aún tengo deudas. ¿Sabes lo que es que te lean y te admiren, pero que no te paguen ni un real decente por ello? Eso quema.

E: ¿Y qué sintió al terminar el Quijote? (Me refiero a la primera parte, lógicamente).

C: [Se recuesta un poco] Una mezcla rara. Alivio, porque lo acabé, y miedo, porque no sabía si alguien lo entendería. Lo publiqué este mismo año y pensé: “A ver si con esto salgo de pobre”. No salió tan mal, pero tampoco tan bien como soñaba. Ahora dicen que gusta, pero yo sigo aquí, con mis achaques y mis cuentas.

E: Una curiosidad: ¿qué hay de esos rumores sobre su vida amorosa? Dicen que tuvo sus aventuras

C: [Ríe fuerte] ¡Vaya, qué atrevido! Bueno, no negaré que joven fui y que los ojos bonitos siempre me han perdido. Tuve una hija, Isabel, con una mujer que no era mi esposa, y luego me casé con Catalina, que me ha aguantado más de lo que merezco. Pero no creas todo lo que dicen; los chismes corren más rápido que la verdad.

E: Para terminar, don Miguel, ¿qué le diría a alguien que hoy lee el Quijote y se siente perdido con tanto loco y tanto sueño?

C: [Se pone serio] Le diría que no se asuste, que se deje llevar. Que el Quijote no es para entenderlo todo de una vez, sino para sentirlo. Que mire sus propias locuras, sus propios gigantes que resultan ser molinos, y que se ría un poco de sí mismo. Si lo hace, ya somos amigos.

E: Don Miguel, ha sido un honor. Ojalá pudiéramos seguir hablando.

C: El honor es mío. Y si vuelves, tráeme un poco de vino, que las musas раrlotean mejor con la lengua suelta. [Guiña un ojo]


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