H. P. Lovecraft: Una mirada al horror cósmico en su efemérides

El 15 de marzo de 1937, Howard Phillips Lovecraft dejó este mundo en su querida Providence, Rhode Island, tras una vida marcada por la introspección y una imaginación sin igual. Hoy, 88 años después, en esta efemérides de 2025, quienes admiramos su obra nos detenemos a reflexionar sobre el legado de un autor que transformó el terror literario con una visión tan singular como perdurable. Para mí, como lectora que ha encontrado en sus páginas una fuente de asombro y contemplación, Lovecraft no es solo un escritor: es un creador de mundos que nos invita a mirar más allá de lo cotidiano y enfrentar lo vasto e incomprensible.

Nacido en 1890, Lovecraft vivió en una época de transición, entre las sombras del pasado victoriano y los albores de un siglo XX que él observaba con cierta desconfianza. Su existencia, marcada por la pérdida temprana de su padre, la enfermedad mental de su madre y una reclusión autoimpuesta, podría parecer sombría a ojos ajenos. Sin embargo, desde mi punto de vista, esa soledad fue el terreno fértil donde germinó su genio. En las calles de Providence, entre libros polvorientos y cartas interminables a sus amigos, Lovecraft dio vida a un universo que trasciende las limitaciones del horror convencional. Sus relatos no hablan de fantasmas ni de venganzas humanas; nos llevan al borde del cosmos, donde entidades antiguas y descomunales nos recuerdan nuestra pequeñez.

Lo que más valoro de su obra es esa idea que hoy conocemos como “horror cósmico”. En cuentos como La llamada de Cthulhu (1928), con su Gran Cthulhu reposando en R’lyeh, o El color surgido del espacio (1927), donde un ente alienígena desafía toda lógica, Lovecraft nos muestra un universo indiferente, habitado por fuerzas que no nos necesitan ni nos comprenden. Leer En las montañas de la locura (1936), con sus paisajes antárticos y sus ruinas de civilizaciones olvidadas, es adentrarse en una experiencia que mezcla terror y maravilla. Como admiradora, encuentro en estas historias una invitación a cuestionar nuestra importancia, a imaginar lo que yace más allá de las estrellas. No hay héroes ni redenciones aquí, solo el peso de lo desconocido, y eso, para mí, es lo que hace su trabajo tan especial.

Su estilo, con esa prosa densa y evocadora, es otro aspecto que me atrae profundamente. Algunos lo critican por su uso de un lenguaje arcaico, pero yo lo veo como una elección deliberada que enriquece sus relatos. Cuando describe “arquitecturas ciclópeas” o “abismos insondables”, siento que cada palabra está puesta ahí para sumergirme en su mundo. Un pasaje como “No está muerto lo que puede yacer eternamente, y con eones extraños hasta la muerte puede morir” no es solo una frase; es una puerta a lo eterno. Como lectora, aprecio cómo su escritura me obliga a detenerme, a saborear cada imagen, a dejar que el peso de sus ideas se asiente.

No ignoro las controversias que rodean a Lovecraft. Sus prejuicios, evidentes en obras como El horror de Red Hook (1927), reflejan una faceta incómoda de su pensamiento, un miedo a lo diferente que hoy choca con nuestra sensibilidad. No busco excusarlo, pero sí entenderlo en su contexto: un hombre de su tiempo, cuyos temores personales alimentaron su creatividad. Para mí, esas sombras no opacan la grandeza de sus mitos; son un recordatorio de que incluso los genios son humanos, y su obra, al final, trasciende sus limitaciones.

Cuando murió, en la pobreza y con escaso reconocimiento, pocos podían prever el impacto que tendría.

Gracias a figuras como August Derleth y la editorial Arkham House, sus historias encontraron un público que las abrazó con el tiempo. Hoy, su influencia se siente en escritores como Stephen King, en cineastas como Guillermo del Toro y el español Alex De la Iglesia, en obras que van desde videojuegos hasta series modernas. Como admiradora, me emociona ver cómo su visión sigue inspirando, cómo nombres como Cthulhu o el Necronomicón se han convertido en símbolos de algo más grande que ni el propio Lovecraft pudo imaginar.

En este 15 de marzo de 2025, al conmemorar su efemérides, pienso en lo que su obra me ha dado: una ventana a lo infinito, un recordatorio de que el universo es más extraño y maravilloso de lo que jamás sabremos. Lovecraft no escribió para confortarnos, sino para desafiarnos. Sus relatos son un viaje al borde de la razón, una experiencia que me ha marcado como lectora y que, estoy seguro, seguirá resonando en quienes se atrevan a abrir sus páginas. En su muerte, dejó un legado que no solo perdura, sino que crece, como un eco que reverbera desde las profundidades del cosmos.


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