
Sinopsis:
Michael Berg tiene quince años. Un día, regresando a casa del colegio, empieza a encontrarse mal y una mujer acude en su ayuda. La mujer se llama Hanna y tiene treinta y seis años. Unas semanas después, el muchacho, agradecido, le lleva a su casa un ramo de flores. Éste será el principio de una relación erótica en la que, antes de amarse, ella siempre le pide a Michael que le lea en voz alta fragmentos de Schiller, Goethe, Tolstói, Dickens … El ritual se repite durante varios meses, hasta que un día Hanna desaparece sin dejar rastro.
Siete años después, Michael, estudiante de Derecho, acude al juicio contra cinco mujeres acusadas de crímenes de guerra nazis y de ser las responsables de la muerte de varias personas en el campo de concentración del que eran guardianas. Una de las acusadas es Hanna. Y Michael se debate entre los gratos recuerdos y la sed de justicia, trata de comprender qué llevó a Hanna a cometer esas atrocidades, trata de descubrir quién es en realidad la mujer a la que amó…
Opinión:
Llevaba tiempo con El lector en mi lista de pendientes: esa montaña de libros que crece más rápido de lo que puedo leer. Cuando encontré una edición de segunda mano a buen precio en una plataforma online, sentí que era el momento y la compré sin pensarlo mucho. Abrir sus páginas fue como entrar en una conversación íntima, no solo con los personajes, sino con la historia de una Alemania que aún se mira al espejo con recelo, intentando descifrar las cicatrices del nazismo.
Publicado en 1995, este libro se convirtió en un fenómeno literario: traducido a decenas de idiomas, adaptado al cine e integrado en los currículos escolares. Schlink, jurista de profesión, escribe desde un lugar donde conviven una mente analítica y una sensibilidad contenida, y eso se nota desde las primeras líneas. La novela transcurre en los años 50 y 60, en una Alemania que aún lidia con el proceso de confrontar su pasado nazi. Schlink, nacido en 1944, pertenece a la llamada “segunda generación”: quienes no vivieron la guerra, pero crecieron bajo su sombra, en un silencio que solo se rompía con preguntas incómodas. Ese trasfondo lo impregna todo. La novela no solo habla de culpa colectiva, sino también del esfuerzo de entender a los padres, a los abuelos, a los adultos que callaban. En Alemania, se estudia en institutos y universidades, sobre todo en clases de literatura, historia y estudios sobre el Holocausto. Plantea dilemas éticos complejos sin rebajarlos ni disfrazarlos.
La historia sigue a Michael Berg, un adolescente de quince años que, a mediados de los años 50, inicia una relación intensa y secreta con Hanna Schmitz, una mujer bastante mayor. Ese vínculo marcará su vida, incluso años después, cuando vuelva a encontrarse con ella en circunstancias que lo obligan a enfrentarse no solo a su pasado, sino también al de su país. Un juicio se convierte en el eje narrativo, pero más allá del proceso legal, lo que mueve la novela es una reflexión sobre el amor, la culpa, la memoria, el perdón y la responsabilidad. A mí me hizo detenerme varias veces a pensar en cómo miramos a los demás, en lo que estamos dispuestos a entender, y en cómo el pasado —el personal y el colectivo— nos moldea más de lo que creemos.
La novela está dividida en tres partes: la adolescencia de Michael, su edad adulta y una última sección más reflexiva. Esta estructura muestra cómo el pasado no se queda atrás, sino que se cuela en el presente y sigue dejando huella. Aun así, las transiciones entre etapas me parecieron algo bruscas, como si Schlink intentara abarcar demasiado en poco espacio. La brevedad del libro es una de sus virtudes —va directo al grano—, pero también deja algunos hilos sueltos y preguntas sin respuesta, lo que me dejó con una mezcla de fascinación y cierta incomodidad.
Michael es el narrador, y su voz adulta, al mirar atrás, tiene algo contenido, sobrio, pero también sincero. No hay una confesión desgarradora, pero sí un esfuerzo por entender. Es un personaje dividido entre lo que siente y lo que cree correcto, y esa tensión lo atraviesa de principio a fin. Hanna, por otro lado, es un enigma. Tiene una presencia magnética, contradictoria, que evita cualquier etiqueta. Schlink la construye con precisión, dosificándola en cada aparición, lo que refuerza esa ambigüedad que la rodea. Sabemos de ella solo lo que Michael ve, recuerda o interpreta, y esa distancia, aunque eficaz, limita nuestra comprensión del personaje. Nos deja con ganas de saber más, no solo sobre su historia, sino sobre sus motivaciones, su mundo interior. Los personajes secundarios —los padres de Michael, sus compañeros, los jueces o profesores— están esbozados con corrección, pero sin profundidad. A veces parece que están solo para reforzar el aislamiento de Michael o para marcar sus dilemas, pero no terminan de cobrar vida propia. Me habría gustado que Schlink se detuviera un poco más en ellos: tenían potencial para ampliar los matices de la novela.
Una de las mayores virtudes de El lector es que plantea preguntas difíciles sin intentar resolverlas ni suavizarlas. ¿Cómo se ama a alguien que representa algo que te repugna? ¿Cómo se perdona sin traicionarse? Schlink no juzga a sus personajes: deja que lo hagamos los lectores. La relación entre Michael y Hanna está escrita con una contención que evita el morbo, y el juicio permite explorar el peso de la historia desde un lugar íntimo. Aun así, la segunda parte puede resultar densa en algunos tramos, y al final me faltó un poco más de profundidad en la evolución emocional de Michael. Da la sensación de que Schlink prefiere sugerir a cerrar, y no siempre funciona.
¿Qué haces cuando lo que quieres y lo que debes hacer están en conflicto? ¿Y qué haces cuando no sabes lo que debes hacer? Resume no solo el dilema de Michael, sino también el de una sociedad que intenta entender su propia historia. Es una pregunta sencilla y, al mismo tiempo, brutal.
No conseguí resolver el dilema. Quería tener sitio en mi interior para ambas cosas: la comprensión y la condena. Pero las dos cosas al mismo tiempo no podían ser.
Personalmente, Michael me pareció un cobarde. Cuando descubre un dato que podría influir en la decisión del jurado, se calla. ¿Acaso no debería ser juzgada una persona con todos los hechos sobre la mesa? Además, cuando acude a su padre en busca de orientación moral, siente alivio porque la respuesta que recibe es la más cómoda para él. Esa pasividad —ese querer comprender sin actuar— es quizá lo que más me desconcertó de su personaje.
Como he dicho antes, Hanna es un enigma. Me hubiera gustado no tener que imaginar sus pensamientos, las razones que la llevaron a tomar esa decisión final. ¿Qué vio en los ojos de Michael después de tantos años? ¿Repulsa? Quizá pensó que si él no la había perdonado, él que más la conocía, ¿cómo iban a hacerlo los demás? Personalmente, no creo que Schlink intente justificarla. Más bien muestra cómo personas corrientes pueden acabar formando parte de sistemas atroces. Esa tensión entre responsabilidad individual y contexto es, para mí, una de las claves del libro. No busca tranquilizar: incomoda. Y eso lo vuelve valioso.
Estuve varios días sin poder elegir otra lectura porque no podía aún olvidar la huella de esta. Seguí dándole vueltas a multitud de cuestiones, y no encontré respuestas sencillas. El autor logró que comprendiera la perspectiva de cada personaje, incluso cuando me costaba aceptarla. Y la más dura de todas: ¿hubiera tenido yo el valor de quitarme la vida —la única salida que veía en la situación de Hanna— antes de hacer sufrir a los demás?
El estilo de Schlink es claro, seco, con una contención que refleja la de los propios personajes. Hay una tristeza baja y constante, como de fondo, que no se nombra pero se siente. Me recordó a Desgracia, de J.M. Coetzee, por cómo aborda lo moral sin subrayarlo, y a Kafka por la sensación opresiva que rodea al juicio. También pensé en Heinrich Böll y otros autores de la posguerra alemana que escribieron desde un lugar de incomodidad, memoria y crítica.
El lector no es una novela que consuele. Es una lectura que invita a reflexionar, que obliga a mirar de frente ciertas cosas que no siempre queremos ver. No es perfecta —me habría gustado entender mejor a Hanna, o que el final tuviera más peso—, pero su honestidad, su forma de encarar lo incómodo sin adornos, hace que se quede contigo. En Alemania abrió conversaciones necesarias. Para mí, fue también eso: una lectura que incomoda, sí, pero que vale la pena justamente por eso.
Mi valoración: 4.5/5

Bernhard Schlink (Bielefeld, 1944) es jurista y vive entre Berlín y Nueva York. Es autor de cuatro galardonadas novelas policíacas que tuvieron un gran éxito de público, tres de las cuales han aparecido en esta colección: La justicia de Selb (en colaboración con Walter Popp), El engaño de Selb y El fin de Selb. Anagrama lo incorporó al catálogo en 1997 con El lector, que dos años antes fue saludada como un gran acontecimiento literario, traducida a 39 idiomas y llevada al cine, y que se convirtió en un extraordinario bestseller internacional, un clásico moderno. Fue galardonada con diversos premios, como el Hans Fallada, el Welt o el Ehrengabe de la Sociedad Heinrich Heine, así como el Grinzane Cavour en Italia y el Laure Bataillon en Francia. Los títulos posteriores de Schlink, Amores en fuga, El regreso, El fin de semana, Mentiras de verano, Mujer bajando una escalera, Olga y Los colores del adiós, han confirmado su extraordinario talento.
FICHA TÉCNICA DE MI EDICIÓN:
Título original: Der Vorleser
Título en español: El lector
Autor: Bernhard Schlink
Traducción: Joan Parra Contreras
Género: narrativa contemporánea
Editorial: Anagrama
Encuadernación: Tapa blanda
Dimensiones: 23.0 x 15.0 cm
ISBN: 9788433908490
Fecha de edición: 03/2009
idioma: Español