
Sinopsis:
Diez personas sin relación alguna entre sí son reunidas en un misterioso islote de la costa inglesa por un tal Sr. Owen, propietario de una lujosa mansión a la par que perfecto desconocido para todos sus invitados. Tras la primera cena, y sin haber conocido aún a su anfitrión, los diez comensales son acusados mediante una grabación de haber cometido un crimen en el pasado.
Uno por uno, a partir de ese momento, son asesinados sin explicación ni motivo aparente. Sólo una vieja canción infantil parece encerrar el misterio de una creciente pesadilla.
Opinión:
Como parte de un reto personal, hace unas semanas abrí el primer volumen que la colección El lince astuto, de Aguilar, dedica a las obras de Agatha Christie, para releer El asesinato de Roger Ackroyd. Me quedé tan atrapada que seguí leyendo el resto de los títulos de ese primer volumen. Así volví a Diez negritos, una novela que, a pesar de conocer ya su desenlace, me volvió a provocar esa mezcla de vértigo y admiración por la precisión con la que Christie construye sus historias. Qué trama tan bien pensada, qué medida está cada palabra, qué firme es el ritmo y la tensión que sostiene toda la narración. El mecanismo que ideó Christie es tan preciso que cada engranaje sigue funcionando con la misma fuerza, como una maquinaria que no acusa desgaste.
Publicada originalmente en 1939, su influencia en el género es incuestionable, y muchos relatos actuales —desde thrillers psicológicos hasta juegos narrativos en escenarios cerrados— beben de esta fórmula que Christie llevó a su máxima expresión: un grupo encerrado, un asesino invisible, una cuenta atrás.
La novela nace en un momento en que Christie ya había alcanzado el reconocimiento. La década de los treinta fue una etapa de consolidación para ella, y el público británico, sumido en las tensiones de entreguerras, buscaba evasión. El éxito del género detectivesco también respondía a cierta necesidad de orden: un crimen, una investigación, una resolución lógica. Diez negritos rompe con ese molde. No hay detective. No hay escapatoria. No hay consuelo. Aquí no hay un Poirot que aparezca para poner orden con sus células grises, ni una Miss Marple que intuya la verdad con astucia. En su lugar, estamos ante un relato que transcurre en un espacio cerrado, aislado del mundo, donde los personajes se enfrentan, uno a uno, al castigo por sus culpas.
Con cuidado minucioso preparé el orden de los crímenes entre mis invitados. Primero desaparecerían los menos culpables. De esta forma los sufrimientos mentales prolongados serían reservados a los más culpables.
Diez personas son invitadas a una isla, cada una con una excusa distinta: una oferta de trabajo, unas vacaciones, un encuentro. Al llegar, descubren que su anfitrión no está, pero una grabación los acusa a todos de haber cometido crímenes de los que lograron librarse. A partir de ahí se desatan los acontecimientos y, con ellos, los sentimientos de duda, desconfianza y culpa de los invitados. Christie se sirve de una vieja canción infantil —la que da título a la novela— para encajar las muertes que tendrán lugar. En ese sentido, la canción no es solo un recurso narrativo: su repetición mecánica, su tono aparentemente inocente, funcionan como un metrónomo macabro. Christie logra aquí algo perturbador: transforma una rima infantil en una partitura de horror.
La atmósfera que recrea es fantástica y la isla contribuye decisivamente a ello. El aislamiento físico se convierte en aislamiento emocional. La enorme casa, lujosa pero fría, parece pensada para que cada uno de los presentes esté en alerta continua —y el lector, inconscientemente, también—. El mar, omnipresente, ruge como un recordatorio de que no hay escapatoria. Todo en la ambientación contribuye a una atmósfera de encierro, de claustrofobia física y moral.
La sola palabra isla tiene la virtud mágica de evocar en nuestro espíritu toda suerte de fantasías, pues al llegar se pierde el contacto con el mundo. ¡Una isla representa ella sola un mundo! ¡Un mundo de donde, a veces, no se vuelve jamás!
La estructura de la novela es uno de sus grandes logros. Christie escribe como quien diseña un mecanismo de relojería: todo encaja, todo ocurre cuando tiene que ocurrir. Cada capítulo funciona como una cuenta atrás, marcada por la canción. El narrador, en tercera persona omnisciente pero nada intrusivo, va alternando los puntos de vista de los personajes, sembrando dudas, alimentando la desconfianza. No hay protagonista único, sino una coralidad bien trabajada, en la que cada figura aporta una pieza del rompecabezas. La tensión aumenta de forma progresiva: el ritmo se vuelve cada vez más urgente, como si el tiempo se agotara.

Los personajes comienzan como arquetipos: el juez implacable, el militar retirado, la institutriz sensible, el joven arrogante. Pero Christie los va desnudando poco a poco. Lo interesante no es lo que dicen, sino lo que callan. El pasado que arrastran, las decisiones que tomaron, los secretos que intentan justificar. Algunos, como Wargrave o Vera Claythorne, tienen una profundidad que sobrevive a la lectura. Otros —como el doctor Armstrong o los Rogers— son menos memorables, más funcionales que humanos, pero no restan solidez al conjunto. En general, están bien construidos, con una personalidad diferenciada y acorde con el pasado que ocultan.
La autora logra que todos parezcan sospechosos, y ese es uno de los grandes aciertos: el lector que se introduce por primera vez en la historia no deja de preguntarse quién será el siguiente, y seguro que cambia varias veces de opinión sobre la identidad del asesino. En relecturas, lo fascinante es ver cómo se construye ese engaño.
El estilo de Christie es el de siempre: sencillo en apariencia, pero cargado de intención. No hay adornos innecesarios ni descripciones floridas. Lo que hay es precisión, economía narrativa y una inteligencia que no subestima al lector. Cada frase parece lanzada con una doble intención: avanzar en la historia y sembrar inquietud. En comparación con otras novelas suyas, como Asesinato en el Orient Express o Muerte en el Nilo, esta se siente más cerrada, más desesperada, más cruel incluso. Aquí no hay redención posible.
Sus mayores virtudes están en la estructura y la atmósfera. La tensión es constante, la canción que guía las muertes es un hallazgo casi poético. El juicio no es externo, sino interno. Cada personaje carga con una culpa, y eso convierte el relato en una especie de tragedia griega disfrazada de novela de misterio. No obstante, hay aspectos que, al revisitarla, me llamaron la atención: los estereotipos de clase y raza, por ejemplo, presentes sobre todo en personajes como los sirvientes, reflejan los prejuicios de su época. Sin embargo, en mi opinión —y al igual que sucede con el título, que ya ediciones posteriores se han encargado de modificar—, no empañan el conjunto. Hay que ser conscientes de cómo era la realidad cuando la obra se escribió y no sacarla de su contexto.
Respecto al desenlace, sigo pensando que es tan brillante que bordea lo improbable; aun así, lo considero uno de los finales mejor armados del género: inolvidable. La novela ha sido adaptada muchas veces al cine y la televisión. Algunas versiones modifican el final, quizá para hacerlo más digerible o esperanzador. Pero pocas logran transmitir el tono oscuro y fatalista del original. La miniserie de la BBC de 2015 es una excepción notable: fiel al espíritu de la obra, seca y sin concesiones, logra mostrar esa atmósfera de encierro y descomposición moral que impregna el texto.
Diez negritos es una novela que no envejece porque apela a algo muy humano: la culpa, el miedo, el juicio sin apelación. Es uno de esos libros que no solo entretiene, sino que deja una inquietud latente en el lector. Esta nueva relectura, más que respuestas, me ha suscitado preguntas. ¿La muerte es el justo castigo para esos crímenes? Me ha dejado pensando en lo fina que es la línea que separa justicia de venganza, en el precio de cargar con una culpa no expiada.
En definitiva, si uno quiere adentrarse en el universo de Christie, esta no es una mala puerta de entrada. Y si ya la ha leído, siempre vale la pena volver a ella.
Mi valoración: 4.5/5

Agatha Christie (1891-1976) fue una escritora británica y una de las autoras más influyentes del siglo XX, conocida como la “reina del crimen” por su prolífica producción de novelas de misterio. Nació en Torquay, Inglaterra, en una familia acomodada. Durante la Primera Guerra Mundial trabajó como enfermera, experiencia que le proporcionó conocimientos sobre venenos, un recurso frecuente en sus historias.
En 1920 publicó su primera novela, El misterioso caso de Styles, donde presentó al detective belga Hércules Poirot, uno de sus personajes más icónicos. A lo largo de su carrera, escribió más de 80 novelas y colecciones de cuentos, destacándose Asesinato en el Orient Express (1934), Diez negritos (1939), Muerte en el Nilo (1937) y El asesinato de Roger Ackroyd (1926). También creó a Miss Marple, una astuta anciana detective, protagonista de varias de sus historias, como Un cadáver en la biblioteca (1942) y El caso de los anónimos (1950).
Christie también incursionó en el teatro con obras como La ratonera, la pieza teatral de mayor duración en la historia. Su legado sigue vigente y sus libros han sido traducidos a más de 100 idiomas, con adaptaciones al cine y la televisión que han mantenido su popularidad a lo largo de las décadas.
FICHA TÉCNICA DE MI EDICIÓN:
Título: Diez negritos
Título original: Ten Little Niggers (después, And then there were none)
Autora: Agatha Christie
Traducción: Oreste Lloréns
Género: Literatura clásica, novela policíaca, misterio
Editorial: Aguilar
Colección: El lince astuto
Prólogo: Salvador Bordoy Luque
Fecha de publicación original: 1939
Fecha de mi edición: 1969
Encuadernación: Tapa dura
Idioma: Español