
Sinopsis:
Recogido de entre los hielos del Ártico, Victor Frankenstein cuenta su vida y su tragedia al capitán Walton: cómo descubrió el secreto para dar vida a la carne muerta y cómo creó el monstruo que después se rebeló contra él y al que ahora persigue.
Opinión:
Cuando era joven, leí una edición adaptada de Frankenstein que, con el paso del tiempo, se me antoja más un eco lejano que una experiencia real de lectura. A lo largo de mi vida, he visto innumerables adaptaciones cinematográficas: desde las más serias y sombrías hasta esa joya cómica que es El jovencito Frankenstein, la cual siempre me saca una sonrisa al recordarla. Así que, cuando me hice con esta edición de Frankenstein, o el moderno Prometeo de Mary Shelley, publicada por Valdemar, confieso que al principio me desconcertó. Hojeé las primeras páginas y pensé: «¿Se habrán equivocado los editores? Esto no parece el Frankenstein que tengo en la cabeza». Venía cargado de ideas preconcebidas, con imágenes de relámpagos, laboratorios góticos y un monstruo cosido a pedazos que, francamente, no encajaban con lo que empezaba a leer. Pero a medida que me adentraba en el texto, algo cambió. La historia me atrapó, me envolvió como una niebla densa y fría, y me di cuenta de que aquella edición juvenil que leí de adolescente no me había contado ni la mitad de la verdad. Este libro es otra cosa: es profundo, es humano, es filosófico. Y, sobre todo, es mucho más que la creación de un monstruo.
Frankenstein, o el moderno Prometeo nació en un momento fascinante de la historia, en pleno auge del Romanticismo, un movimiento que exaltaba la emoción, la naturaleza y la individualidad frente a la fría razón de la Ilustración. Publicado en 1818, el libro refleja las inquietudes de una Europa marcada por la Revolución Industrial, los avances científicos y las preguntas éticas que estos traían consigo. Mary Shelley escribió esta obra con apenas 20 años, en el verano de 1816, durante una estancia en Villa Diodati, cerca del lago Leman en Suiza, junto a su marido Percy Bysshe Shelley, Lord Byron y John Polidori. Aquel «verano sin verano», provocado por la erupción del volcán Tambora, encerró al grupo en interminables días de lluvia, charlas sobre galvanismo y relatos de terror. De esas noches surgió no solo Frankenstein, sino también El vampiro de Polidori, un germen del género vampírico moderno.
La novela se ambienta en varios escenarios que destilan una atmósfera gótica y sublime. Desde las heladas extensiones del Ártico, donde el hielo cruje y el viento aúlla, hasta los paisajes alpinos de Suiza, con sus montañas imponentes y sus lagos serenos, pasando por las calles empedradas de Ingolstadt, en Baviera, donde Víctor Frankenstein estudia y da vida a su criatura. La atmósfera es opresiva, cargada de soledad y melancolía, pero también de una belleza salvaje que parece reflejar el tormento interior de los personajes. Es como si la naturaleza misma fuera un espejo de sus almas: grandiosa, pero a menudo hostil.
La novela utiliza una estructura epistolar enmarcada, lo que le da un aire íntimo y confesional. Todo comienza con las cartas de Robert Walton, un explorador que escribe a su hermana Margaret desde el Ártico, relatando su encuentro con Víctor Frankenstein. A través de Walton, conocemos la historia de Víctor, quien narra en primera persona su vida y su obsesión por crear vida. Pero hay un tercer nivel: la voz de la criatura, que también toma la palabra para contar su propia experiencia. Este juego de narradores crea una sensación de cercanía, como si estuviéramos escuchando a amigos que se desahogan ante nosotros, pero también nos invita a cuestionar quién dice la verdad y desde qué perspectiva.
El corazón de la novela es Víctor Frankenstein, un joven estudiante suizo apasionado por la ciencia y la alquimia, que, llevado por una ambición desmedida, logra animar un cuerpo hecho de fragmentos humanos. Pero lo que podría haber sido un triunfo se convierte en su pesadilla cuando, horrorizado por la fealdad de su creación, la abandona. La criatura, sin nombre, despierta sola y perdida, y su historia se entrelaza con la de Víctor en un juego de persecución, venganza y reflexión moral. Entre los personajes secundarios destaca Robert Walton, el explorador que encuentra a Víctor al borde de la muerte y sirve como puente entre el lector y la historia. También están Elizabeth, la prima y prometida de Víctor, un símbolo de bondad y pureza; Henry Clerval, su amigo leal y optimista; y la familia Frankenstein, que encarna el calor del hogar que Víctor pierde por su obsesión. Pero, sin duda, la criatura es el alma de la novela: un ser gigantesco, deforme, pero con una sensibilidad inicial que desgarra el corazón.
Hay algo que me rechina profundamente en esta historia, y es la actitud de Víctor hacia su criatura, un desprecio que me hace cogerle una manía tremenda. Él la crea, sabe cómo será —o al menos debería intuirlo—, y aun así la abandona por su aspecto grotesco y desproporcionado, como si fuera un trasto inservible. Cuando la criatura despierta, no es un monstruo cruel: tiene buenos sentimientos, anhela amor, compañía y conexión con las personas. Me conmueve imaginarlo observando el mundo con ojos inocentes, maravillado por la luz del sol o el canto de los pájaros, buscando un lugar entre los humanos. Y lo que me fascina es cómo aprende, cómo se educa a sí mismo, escuchando a la familia De Lacey y con los libros que caen en sus manos por pura casualidad. Encuentra El paraíso perdido de Milton y se ve reflejado en el Satanás que cae, pero también en Adán, preguntándose por qué no tiene un creador que lo ame. Lee Vidas paralelas de Plutarco y descubre la grandeza y las virtudes de los héroes antiguos, soñando con ser algo más que un desecho. Se sumerge en Las penas del joven Werther de Goethe y siente en su propia piel el dolor del amor no correspondido y la soledad. Y con Las Ruinas de Volney, que escucha leído en voz alta, aprende sobre las injusticias de la historia humana, las guerras y la decadencia, lo que empieza a sembrar en él una mezcla de asombro y amargura. Esos libros lo forman, le dan palabras a su alma, pero también le muestran lo lejos que está de ser aceptado.
Ese abandono y esa soledad lo transforman. El monstruo, que al principio solo quería ser aceptado, se va volviendo cruel, especialmente hacia Víctor y sus seres queridos. Hay un momento clave en que le exige a su creador, su «dios», una compañera, alguien con quien compartir su existencia. Víctor se niega, y esa negativa desata una furia que te hace pensar en lo que significa ser responsable de lo que uno trae al mundo. La criatura se compara con el diablo, pero se siente aún más desgraciado: Satanás, al menos, tenía compañeros en su caída; él está completamente solo. Al final, cuando reflexiona sobre sus actos, reconoce el dolor que le causó su propia venganza, un peso que carga con una mezcla de remordimiento y resignación.

La relación entre Víctor y su creación es un baile macabro de persecución. Primero, el monstruo lo sigue, acechándolo como una sombra vengativa. Luego, los roles se invierten: Víctor se obsesiona con destruirlo, y él, en un giro que me parece tan humano como perturbador, juega con él. Le deja pistas, incluso víveres para que no muera de hambre o frío, y Víctor, en su delirio, lo agradece a «espíritus benéficos» que lo cuidan, sin sospechar que es su propio «monstruo» quien lo sostiene. Es una ironía cruel y hermosa.
El estilo de Mary Shelley es elegante, introspectivo, con una prosa que mezcla la exaltación romántica con una sobriedad casi científica. Sus descripciones de la naturaleza son poéticas, pero nunca gratuitas: siempre están al servicio de la emoción o la reflexión. La novela es profundamente filosófica, y eso es lo que más me atrapó.
Habla de la ambición desmedida, del poder de la ciencia sin ética, de la responsabilidad hacia lo que creamos. Pero también aborda la soledad, la identidad, el rechazo y la lucha interior entre el bien y el mal. Víctor me cae fatal por cómo trata a su criatura, por ese desprecio frío y egoísta que muestra desde el principio, pero a ratos, cuando lo ves hundido por los infortunios que él mismo ha provocado —aunque con un razonamiento que, en su cabeza, podría parecer válido—, no puedes evitar apiadarte de él. Sientes lástima por cómo el monstruo lo castiga con una crueldad que a veces parece desmedida, arrancándole todo lo que ama. Y ahí está lo bonito del libro: te hace dudar. Un momento estás del lado del monstruo, con su dolor tan puro y su búsqueda de justicia; al siguiente, te preguntas si Víctor no merece un poco de compasión, atrapado en una tragedia que él mismo desató pero que lo supera. No sabes por quién decantarte, quién es el bueno y quién el malo, y esa ambivalencia te revuelve por dentro. Es como si Shelley te obligara a mirarte en un espejo y preguntarte: ¿qué es el bien, qué es el mal, qué significa crear algo y luego abandonarlo, dónde empieza la venganza y dónde termina la justicia? Esa es la magia de esta historia, esa humanidad cruda que te deja pensando.
Mary Shelley era hija de dos mentes brillantes y radicales: William Godwin, un filósofo anarquista, y Mary Wollstonecraft, pionera del feminismo. Perdió a su madre al nacer y creció entre libros y debates intelectuales, lo que forjó su mente inquieta. La idea de Frankenstein surgió de una pesadilla tras aquella velada en Villa Diodati, donde el grupo, inspirado por historias de fantasmas, se retó a escribir relatos de terror. Mary, al principio, no encontraba su historia, pero una noche soñó con un estudiante que contemplaba horrorizado a su creación. Ese fue el germen de la novela. Es curioso que, siendo tan joven, lograra una obra tan madura. Su vida, marcada por pérdidas —la muerte de hijos, el suicidio de su hermanastra Fanny, la trágica desaparición de Percy en 1822—, impregnó el libro de una melancolía que se siente auténtica. Además, la primera edición de 1818 se publicó anónima, y muchos creyeron que era obra de Percy. Ella tuvo que luchar por su reconocimiento, algo que dice mucho de la época y de su carácter.
Frankenstein, o el moderno Prometeo no es la historia de terror que esperaba, sino un retrato humano y desgarrador sobre la creación, el abandono y las consecuencias de nuestras elecciones. Me ha dejado pensando en el monstruo, en su soledad inmensa, y en Víctor, atrapado por su propia hybris. Es un libro que te abraza y te sacude, que te hace mirar dentro de ti mismo y preguntarte qué harías en su lugar. Lejos de los clichés cinematográficos, esta obra es un viaje al alma.
Mi valoración: 4.5/5

Mary Shelley (1797-1851) es una de las escritoras más importantes e influyentes de las letras británicas del siglo XIX. Su poderosa imaginación y su inagotable sed de conocimiento le llevaron a concebir Frankenstein, una de las novelas más leídas y estudiadas desde su publicación. Además escribió otras novelas, como El último hombre o Perkin Warbeck, y un buen número de relatos.
FICHA TÉCNICA DE MI EDICIÓN:
Título original: Frankenstein; or, The Modern Prometheus
Título en español: Frankenstein, o el moderno Prometeo
Autora: Mary Shelley
Traducción: Francisco Torres Oliver
Género: Literatura inglesa, novela gótica
Editorial: Valdemar
Colección: Gótica
Encuadernación: Tapa dura
Dimensiones: 24.5 x 17.0 cm
ISBN: 9788477027393
Fecha de edición: 10/01/2013
Nº de páginas: 320
Idioma: Español