Reseña. «Los miserables»: una catedral literaria de la condición humana

«Los miserables» de Victor Hugo (1862; Alianza Editorial, 2015)

Opinión:

Durante mucho tiempo, Los miserables fue una obra que me imponía un enorme respeto, no solo por su colosal extensión —esas mil y muchísimas páginas que parecían interminables—, sino también por la densidad de los temas que aborda: injusticias, penurias y un retrato crudo de la condición humana. Sinceramente, no creía que una lectura tan cargada de sufrimiento pudiera atraparme o siquiera gustarme. Sin embargo, a pesar de haber visto películas, series y musicales que me habían acercado a la historia, mis amistades insistían con entusiasmo en que nada se comparaba con sumergirse en el texto original de Victor Hugo. Al final, me convencieron, y lo que comenzó como un reto intimidante terminó transformándose en una revelación: hoy, Los Miserables ocupa un lugar privilegiado entre mis obras favoritas de la literatura universal.

Cuando Los miserables salió en 1862, no fue solo una novela; fue como si Victor Hugo hubiera levantado una catedral de palabras, un lugar inmenso y profundo donde se cruzan la lucha, la redención y las contradicciones que nos hacen humanos. Desde su exilio en Guernsey, con una mezcla de furia y esperanza, Hugo volcó en estas páginas su genio y su lucha contra las injusticias de su tiempo. Aunque está ambientada en la Francia del siglo XIX, esta epopeya va mucho más allá: es un espejo que nos refleja a todos, con nuestras miserias y nuestras luces. Con más de mil quinientas páginas, no es un libro que se lea rápido; es un viaje que te sacude, te interpela y te hace repensar en la justicia, la moral y el destino.

La historia es un tapiz enorme, lleno de vidas que se entrelazan en un vaivén de tragedia y esperanza. En el centro está Jean Valjean, un hombre que arranca en la sombra: 19 años de trabajos forzados por robar un pan para los hijos de su hermana. Sale marcado, rechazado por todos, pero un encuentro con el obispo Myriel lo cambia todo. Con un gesto de bondad —unos candelabros que no olvidaré—, el obispo lo empuja a buscar algo mejor en sí mismo, y así empieza su camino de redención, un viaje lleno de sacrificio y humanidad.

Hugo no lo deja solo en la escena. Lo rodea de personajes que parecen pedazos de nosotros mismos. Ahí está Fantine, una madre soltera que cae de obrera a lo más bajo por amor a su hija, Cosette; su historia es un puñetazo contra un mundo que castiga a los débiles. Cosette, a su vez, pasa de la miseria —bajo el yugo de los Thénardier, una pareja codiciosa y cruel— a ser el faro de Valjean. Luego tienes a Marius Pontmercy, un joven que mezcla romanticismo con ideales revolucionarios, y a Enjolras, el líder rebelde que arde por la justicia. Y no falta Javert, el inspector obsesionado con la ley, un hombre que choca con Valjean en una danza de principios opuestos.

La novela se parte en cinco actosFantine, Cosette, Marius, Saint-Denis y Jean Valjean—, como una sinfonía con sus propios ritmos y tensiones. Entre la trama, Hugo suelta esas digresiones que son como columnas de su catedral: Waterloo, las cárceles, las alcantarillas de París. No son pausas; son el alma de la obra, tejiendo un contexto que da peso a cada personaje.

Los miserables te habla de verdades que no envejecen. La redención es Valjean en carne viva: un hombre que pelea contra su pasado, demostrando que podemos cambiar si nos atrevemos a mirar dentro. El obispo, con su gesto, no solo lo salva; lo desafía a ser más. Luego está esa lucha entre justicia y ley, encarnada en Javert: un tipo rígido que cree en un sistema sin grietas, hasta que la bondad lo pone en jaque.

El amor también te abraza en cada página. El de Fantine por Cosette, que la lleva a los extremos; el de Valjean, que lo hace padre sin serlo; el de Marius y Cosette, un rayo de luz en la tormenta. Hasta los revolucionarios, con Enjolras al frente, se sostienen en un cariño fraternal. Para Hugo, el amor es lo que nos mantiene a flote.

Y la miseria, claro, está en el título por algo. Victor Hugo te muestra a los “miserables”: los pobres, los olvidados, los que la sociedad pisa sin mirar. Fantine es el rostro más duro, pero hay otros, como Gavroche, un niño callejero que brilla con vida pese a todo. No es solo contar; es exigirte que veas y sientas.

La historia también importa. Esas digresiones sobre Waterloo o las cloacas te dicen que el pasado nos moldea, pero Hugo cree que podemos empujar contra él. Valjean y los rebeldes lo intentan, con todo lo que eso cuesta.

Los personajes no son planos; tienen alma. Valjean es inmenso, no solo por su fuerza —levantando carros o trepando muros—, sino por su corazón en lucha constante. Javert me atrapó por su frialdad: un hombre de líneas rectas, como lo llama el autor, que vive por la ley hasta que la vida lo contradice. Fantine es pura herida, una madre que lo da todo por su hija y te rompe con su dolor. Cosette es la inocencia que sobrevive, el futuro que Valjean protege. Marius mezcla el amor con el fuego de las barricadas, mientras los Thénardier son el lado oscuro, aunque su hija Éponine aporta un toque de luz con su entrega callada. Enjolras es la revolución en carne y hueso, y Gavroche, con su chispa, te roba el aliento.

El estilo de Hugo es un torbellino: exuberante, poético, a veces un poco teatral. Sus imágenes —las barricadas como volcanes, el Sena como un juez silencioso— se te graban. Y ese narrador que no se calla, que te suelta reflexiones sobre el mundo, puede pesar, pero te abre la cabeza. No busca solo emocionarte; quiere que pienses. A veces es denso, pero esa grandeza es lo que hace a Los Miserables especial. Hugo escribe para removerte, y cada línea lleva su fe en lo humano, incluso en lo más roto.

Escrita en el exilio, con Napoleón III en el poder, es un grito contra la indiferencia. En 1862, la gente la abrazó, y desde entonces no ha parado: traducida, llevada al teatro, al cine, la pequeña pantalla, incluso al musical. La novela es una mezcla de historia, política y reflexión social. Pero el libro tiene un latido que no se copia. Sigue viva porque los “miserables” no se han ido: los pobres, los marginados, los que pelean contra lo imposible. Leerlo es mirarlos de frente y sentir que, pese a todo, hay algo que vale la pena salvar.

Mi valoración: 5/5

Puntuación: 5 de 5.

Víctor Hugo (1802-1885) fue considerado el principal representante del romanticismo. Virtuoso de la escritura desde su infancia, Víctor Hugo proclamó el principio de la «libertad en el arte», y definió su tiempo a partir del conflicto entre la tendencia espiritual y el apresamiento en lo carnal del hombre. A lo largo de muchos años, compaginó su brillante producción literaria con su exitosa carrera política, por lo que se convirtió en uno de los personajes de mayor relevancia pública de su época en Francia. Considerado como uno de los mayores poetas franceses, su influencia posterior sobre Baudelaire, Rimbaud, e incluso Mallarmé y los surrealistas es innegable.

FICHA TÉCNICA DE MI EDICIÓN:
Título original: Les Misérables
Título en español: Los miserables
Autor: Victor Hugo
Traducción: María Teresa Gallego Urrutia
Género: Clásico literario
Editorial: Alianza Editorial
ISBN: 9788491041542
Fecha de edición: 29/10/2015
Encuadernación: Tapa blanda bolsillo
Dimensiones: 23.5 x 15.5 x 8.0 cm
Idioma: Español


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