Los juegos de rol como herramienta educativa y terapéutica

Los juegos de rol de mesa, como Dungeons & Dragons, La Llamada de Cthulhu o sistemas menos conocidos como Ryuutama, son mucho más que una excusa para tirar dados y fantasear con amigos. Son un espacio donde se mezclan creatividad, estrategia y conexión humana, y cada vez más, la ciencia y la experiencia están demostrando su potencial más allá del ocio.

En los últimos años, estos juegos han empezado a colarse en aulas y consultas terapéuticas, especialmente en países como Estados Unidos, y los resultados son prometedores. Desde mi visión como alguien que ha dirigido y jugado incontables partidas, creo que España tiene todo para subirse a este carro, adaptarlo a nuestro estilo y sacarle brillo a una herramienta que combina diversión con aprendizaje y sanación.

Imagina una clase donde, en lugar de resolver ecuaciones en una pizarra, los estudiantes negocian con un mercader ficticio para comprar provisiones con un presupuesto limitado. O donde, en vez de memorizar fechas de la Reconquista, lideran una expedición como caballeros medievales, tomando decisiones basadas en el contexto histórico. Esto no es solo un sueño de jugador: en Estados Unidos, organizaciones como Game to Grow ya usan el rol para enseñar matemáticas, historia y habilidades sociales, con guías diseñadas para docentes. Según un estudio de 2021 publicado en International Journal of Role-Playing, el 78% de los estudiantes expuestos a dinámicas de rol mejoraron su capacidad de resolución de problemas, y el 65% mostró mayor interés por las asignaturas.

En España, con nuestra tradición de creatividad y narrativa —piensa en el legado del Lazarillo o el Quijote—, podríamos llevar esto a otro nivel. Las matemáticas se vuelven emocionantes cuando calculas cuántos puntos de daño resiste un dragón antes de caer, y la historia cobra vida al recrear debates entre romanos y cartagineses en una mesa de instituto. Además, el rol fomenta habilidades blandas: un informe de la Universidad de California (2023) señala que los estudiantes que participan en juegos narrativos mejoran un 30% su capacidad de trabajo en equipo y empatía, algo que en nuestras aulas, a veces rígidas, podría ser revolucionario.

¿Por qué no probarlo aquí? En Noruega, el gobierno ya financia proyectos piloto de rol en colegios, y los resultados muestran una reducción del 15% en el abandono escolar en zonas rurales. En España, podríamos empezar con talleres en campamentos de verano o institutos, usando historias locales —como las leyendas de los celtas en Galicia o los moriscos en Andalucía— para motivar a los chavales.

Si el rol brilla en las aulas, en terapia es directamente transformador. Dirigir una partida donde alguien canaliza sus miedos a través de un personaje —como enfrentarse a un monstruo que simboliza el estrés— no solo es catártico, sino que tiene base científica. Un artículo de Psychology Today (2022) destaca que los juegos de rol narrativos aumentan la autoestima en un 25% y reducen los niveles de ansiedad en participantes regulares, según un estudio con 150 adultos. En Estados Unidos, terapeutas usan D&D para tratar desde el trastorno por estrés postraumático (TEPT) en veteranos hasta dificultades sociales en personas con autismo o TDAH. En mis propias mesas, he visto cómo las reglas claras de un juego dan seguridad a quienes necesitan estructura, mientras la narrativa permite explorar emociones desde una distancia segura. Por ejemplo, un sistema como La Llamada de Cthulhu, con su foco en la tensión y la incertidumbre, puede ayudar a pacientes a practicar la regulación emocional. En España, donde el estrés y la salud mental son temas candentes —según el INE, el 15% de la población reportó ansiedad crónica en 2023—, el rol podría ser una herramienta accesible y efectiva. No requiere grandes inversiones: un manual, unos dados y un Máster ó Director de Juego formado bastan para empezar.

Además, el rol tiene un poder único para conectar con otras personas. En comunidades terapéuticas de Estados Unidos, grupos de rol han reducido el aislamiento social en un 40%, según datos de la Asociación Americana de Psicología (2024). Aquí, donde la soledad afecta al 13% de los mayores de 65 años (Estudio CIS, 2023), imagina centros culturales o bares organizando sesiones para todas las edades. En Italia, un proyecto piloto con abuelos jugadores reportó mejoras en memoria y bienestar; ¿por qué no intentarlo en nuestras residencias o asociaciones de jubilados?

No todo es tirar un dado y sacar un 20. Aunque la evidencia crece, faltan estudios a gran escala que convenzan a los escépticos, y no todos los profesores o psicólogos sabrían cómo dirigir una partida —algo que, admito, lleva tiempo dominar—. En Estados Unidos, ya existen cursos certificados para profesionales, y en España podríamos replicarlos y darle un matiz propio. El estigma también pesa: el rol sigue viéndose como un hobby «friki», pero si Noruega ha logrado que sea política pública, nosotros, con nuestra pasión por reinventarnos, también podemos.

El mundo ya está tirando los dados. En Chile, profesores usan el rol para motivar a estudiantes en riesgo de abandono; en India, psicólogos lo aplican contra la presión académica; en Estados Unidos, lo integran en clínicas y escuelas con resultados medibles.

En España, con nuestra riqueza cultural y nuestra necesidad de innovar en educación y salud mental, el rol podría ser un puente entre diversión y progreso. Imagina aulas donde los críos resuelven problemas como héroes, o consultas donde la gente enfrenta dragones internos. Los dados están listos; solo hace falta alguien que los lance. ¿No sería una aventura que valdría la pena?


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