
Sinopsis:
«Me llamo Mary Katherine Blackwood. Tengo dieciocho años y vivo con mi hermana Constance. A menudo pienso que con un poco de suerte podría haber sido una mujer lobo, porque mis dedos medio y anular son igual de largos, pero he tenido que contentarme con lo que soy. No me gusta lavarme, ni los perros, ni el ruido. Me gusta mi hermana Constance, y Ricardo Plantagenet, y la Amanita phalloides, la oronja mortal. El resto de mi familia ha muerto.» Con estas palabras se presenta Merricat, la protagonista de Siempre hemos vivido en el castillo, que lleva una vida solitaria en una gran casa apartada del pueblo. Allí pasa las horas recluida con su bella hermana mayor y su anciano tío Julian, que va en silla de ruedas y escribe y reescribe sus memorias. La buena cocina, la jardinería y el gato Jonas concentran la atención de las jóvenes. En el hogar de los Blackwood los días discurrirían apacibles si no fuera porque algo ocurrió, allí mismo, en el comedor, seis años atrás.
Opinión:
Parece que nosotros, los lectores, no nos ponemos de acuerdo en si es La maldición de Hill House o Siempre hemos vivido en el castillo la mejor novela de Shirley Jackson; dependiendo de a quién preguntes te dirá una u otra. Creo que eso se debe, sobre todo, a cuál leímos antes, con qué obra descubrimos a una autora capaz de tejer historias que oscilan entre lo cotidiano y lo profundamente perturbador. Como ya reseñé la primera, aquí me ocuparé de Siempre hemos vivido en el castillo, publicada en 1962. Esta obra, considerada uno de los ejemplos más brillantes de la literatura gótica moderna, explora temas como el aislamiento, la locura, la venganza y la fragilidad de las estructuras sociales, todo envuelto en una prosa elegante y cargada de tensión.
Shirley Jackson escribió esta novela en un momento de su vida marcado por problemas personales, incluida la agorafobia y tensiones familiares, lo que quizá influyó en la atmósfera claustrofóbica y los personajes excéntricos de la historia. Publicada apenas tres años antes de su muerte en 1965, Siempre hemos vivido en el castillo llegó tras el éxito de relatos como La lotería (1948) y de La maldición de Hill House (1959), que ya había establecido a Jackson como una voz única en la literatura estadounidense. La novela refleja su interés continuo por las dinámicas de poder dentro de comunidades pequeñas y la forma en que el miedo y la superstición pueden corroer las relaciones humanas.
Cuando se publicó, algunos críticos elogiaron su atmósfera inquietante y su originalidad, mientras que otros la encontraron desconcertante o excesivamente ambigua. Sin embargo, con el tiempo, su reputación creció, y hoy es vista como una obra maestra del género gótico. Los lectores de la época, acostumbrados a las sutilezas de Jackson, apreciaron cómo transformaba lo doméstico en algo siniestro, aunque su tono excéntrico y la falta de una resolución moral clara pudieron desconcertar a algunos. En retrospectiva, la novela ha sido celebrada por su complejidad psicológica y su desafío a las normas narrativas tradicionales.
El argumento gira en torno a las hermanas Blackwood, Mary Katherine (Merricat) y Constance, quienes viven con su tío Julian en la aislada mansión familiar tras un trágico evento: el envenenamiento de casi toda su familia seis años antes, un crimen por el que Constance fue acusada y luego absuelta. Merricat, la narradora, tiene 18 años y una mente infantilmente perturbadora, mientras que Constance, mayor y más serena, cuida de la casa y de Julian, quien quedó físicamente debilitado y mentalmente frágil tras sobrevivir al veneno. La vida de los tres es un ritual de reclusión, interrumpido por la llegada del primo Charles, cuya presencia amenaza con desestabilizar su frágil equilibrio. A través de los ojos de Merricat, descubrimos gradualmente la verdad sobre el pasado y su papel en él, culminando en un final que mezcla lo macabro con lo absurdamente cómico.
El tipo de narrador es uno de los aspectos más destacados de la obra: Merricat es una narradora en primera persona poco fiable, cuya percepción del mundo está teñida por una mezcla de inocencia y malevolencia. Su voz, a veces caprichosa y otras veces escalofriante, nos guía a través de la historia, revelando solo lo que ella desea y dejando al descubierto su propia inestabilidad mental. Este recurso permite a su autora jugar con la ambigüedad y mantenernos en un estado de incertidumbre constante, preguntándonos cuánto de lo narrado es real y cuánto es producto de la mente de Merricat.
La ambientación es otro pilar fundamental. La acción transcurre en la mansión Blackwood, un lugar que evoca las casas góticas tradicionales, con su grandeza decadente y su aislamiento del pueblo cercano. Este último, poblado por habitantes hostiles que desprecian a los Blackwood, sirve como contraste y refuerza el tema del ostracismo.
La casa misma se convierte en un personaje, un refugio y una prisión, mientras que los rituales mágicos de Merricat —como enterrar objetos o recitar conjuros— añaden un toque de folklore que enriquece la atmósfera.
Los domingos por la mañana examinaba mis amuletos, la caja con dólares de plata que había enterrado junto al arroyo, y la muñeca enterrada en el campo, y el libro clavado en un árbol del pinar; mientras todo permaneciera donde yo lo había dejado, nada podría sucedernos.
En cuanto a los personajes, Merricat es una protagonista fascinante y compleja: una joven que combina la vulnerabilidad de una niña con una peligrosa voluntad de destruir lo que amenaza su mundo. Constance, por otro lado, es la figura maternal y abnegada, cuya pasividad contrasta con la energía caótica de su hermana. El tío Julian aporta un aire de melancolía y comicidad, obsesionado con documentar la tragedia familiar, mientras que Charles encarna la codicia y la intrusión del mundo exterior. Aquí, cada personaje está delineado con precisión, contribuyendo a la dinámica de poder que sostiene la trama.
El estilo de Shirley Jackson en esta novela es una destilación de su maestría: preciso, evocador y cargado de subtextos —esos significados implícitos que no se expresan directamente, sino que se esconden bajo la superficie de las palabras y las acciones—. Su prosa fluye con una aparente sencillez que esconde capas de simbolismo y tensión psicológica. Usa el humor negro y la ironía para aliviar momentáneamente la opresión, solo para sumergirnos de nuevo en lo inquietante. Jackson tiene un talento especial para lo implícito; nunca describe explícitamente la violencia, pero su presencia se siente en cada página.
Siempre hemos vivido en el castillo es una obra que desafía clasificaciones fáciles. Es una novela gótica, un estudio psicológico y una crítica social, todo a la vez. Shirley Jackson logra, con una economía de medios asombrosa, crear un relato que perdura en la memoria por su atmósfera única y sus personajes inolvidables.
Mi valoración: 4/5

Shirley Jackson (San Francisco 1916 – Bennington 1965) estudió en la Universidad de Syracuse. En 1948 publicó su primera novela, The Road Through the Wall, y el cuento La lotería (incluido en el volumen Cuentos escogidos), un clásico del siglo xx. Su obra —que también incluye otras novelas, como Hangsaman (1951), The Bird’s Nest (1954) y El reloj de sol (1958), y los ensayos autobiográficos Life Among the Savages (1953) y Raising Demons (1956)— ha ejercido una gran influencia en A. M. Homes, Stephen King, Jonathan Lethem, Richard Matheson y Donna Tartt, entre otros escritores. En 1962 publicó Siempre hemos vivido en el castillo, que fue considerada por la revista Time una de las diez mejores novelas del año y que editorial minúscula recuperó en 2012. En 2010, la prestigiosa Library of America reunió algunas de las obras más significativas de Jackson en un volumen al cuidado de Joyce Carol Oates.
FICHA TÉCNICA DEL LIBRO:
Título original: We Have Always Lived in the Castle
Título en español: Siempre hemos vivido en el castillo
Traducción: Paula Kuffer
Editorial: Minúscula
Género: Novela gótica
Fecha de edición: 09/2012
Encuadernación: Rústica con solapas
Dimensiones: 21.0 x 14.0 cm
ISBN: 978-84-945348-6-7
Nº de páginas: 208
Idioma: Español