
Sinopsis:
¿Es posible seguir viendo belleza cuando todo a nuestro alrededor se desmorona?
Sarajevo, primavera de 1992. En una ciudad en la que se empiezan a oír tambores de guerra, Zora cruza cada mañana un puente para seguir con sus clases en la Academia de Bellas Artes y para encerrarse después en su estudio. Allí la espera otro puente, un enorme lienzo en el que ha trabajado los últimos meses mientras la ciudad se vestía de barricadas y los jóvenes, de soldados. Su marido, su madre y su hija están a salvo, en el Reino Unido, y ella cree que las hostilidades no durarán más de un par de semanas. Pero cuando la violencia finalmente llega, se ve atrapada en una ciudad sitiada. Todo lo que ama los paisajes vespertinos, la alegría de las calles, los colores, las colinas, todo se transforma, y una tormenta de cenizas negras cubre los tejados mientras Zora y los que, como ella, se han quedado atrás deben hacer frente a un mundo que se desintegra en un intento de no perder la humanidad.
Opinión:
Fue mi curiosidad por conocer qué pasó en el asedio de Sarajevo, un hecho que me resulta ajeno y lejano, lo que me llevó a seleccionar este título en mi Kindle. Un libro escrito desde la mirada de una mujer que cuenta con el testimonio directo de familiares que estuvieron allí. Testimonios cercanos y dolorosos, de gente común, los inocentes que, al final, son los que sufren las decisiones que toman unos pocos. Esa cercanía convierte Las mariposas de Sarajevo (Duomo Ediciones, 2025) de Priscilla Morris, en una especie de ventana íntima hacia el sufrimiento cotidiano, donde el arte y la resistencia se entrelazan en medio del horror.
La novela nos arrastra al Sarajevo de 1992, al filo de un asedio que duraría casi cuatro años y que dejó cicatrices imborrables en una ciudad que alguna vez fue un faro de diversidad. Inspirada en las experiencias de los familiares de la autora —su tío abuelo, un pintor que perdió su estudio en el incendio de la Biblioteca Nacional—, la novela teje una elegía melancólica sobre el amor, la supervivencia, el arte y la pérdida. No es una lectura fácil ni luminosa; es un espejo de cenizas que refleja lo que queda cuando todo se quema, y aun así, en su tristeza, encuentra destellos de belleza.
El telón de fondo es la Guerra de Bosnia, un conflicto que desangró a la antigua Yugoslavia tras su desintegración en la década de 1990. Sarajevo, capital de Bosnia y Herzegovina, conocida por su mosaico de culturas —musulmanes, serbios, croatas conviviendo entre mezquitas, iglesias y sinagogas—, se convirtió en el epicentro de un asedio brutal iniciado en abril de 1992 por fuerzas serbobosnias. Durante casi cuatro años, la ciudad fue bombardeada, sus habitantes acosados por francotiradores y aislados del mundo. Uno de los golpes más devastadores fue el incendio de la Biblioteca Nacional, que redujo a cenizas millones de libros y manuscritos, un acto de violencia cultural que la autora transforma en el símbolo central de su novela: las “mariposas negras”, cenizas flotando como un réquiem por lo perdido. Este contexto no solo ancla la historia, sino que la impregna de una tristeza histórica que pesa en cada rincón del relato.
La narración está ambientada en Sarajevo, al comienzo, una ciudad aún vibrante, donde el aroma del café bosnio y el eco de las campanas se mezclan con la cotidianidad de sus habitantes. Pronto, esa vida se desvanece bajo el humo y los escombros. La ambientación descrita nos sumerge en el horror: el frío que cala los huesos en apartamentos sin calefacción, el silbido de las balas en las calles, el crujir de los edificios al desplomarse. Morris pinta un Sarajevo que pasa de la luz a las sombras, de los puentes otomanos que Zora inmortaliza en sus lienzos a las barricadas que dividen a sus gentes. Cada detalle —las colas para el pan, el agua helada de las fuentes, las cenizas que caen como nieve sucia— construye un paisaje de desolación que abraza al lector con una tristeza silenciosa, pero también con una belleza rota que se niega a desaparecer.
Las mariposas de Sarajevo nos cuenta la historia de Zora, una pintora y profesora serbobosnia de mediana edad, que vive en Sarajevo cuando estalla el conflicto. Mientras su marido y su madre parten a Inglaterra para reunirse con su hija, ella decide quedarse, confiada en que la violencia será pasajera. Pronto, el asedio la atrapa: los bombardeos destruyen su rutina, el hambre y el frío se instalan, y su mundo se reduce a un apartamento helado y a las calles peligrosas. A medida que la ciudad se desintegra, Zora encuentra refugio en su arte —pintando puentes como un acto de resistencia— y en la solidaridad con sus vecinos.
La novela está narrada en tercera persona, con Zora como único foco. Este narrador nos sumerge en su mente, en sus recuerdos y miedos, en el modo en que observa el mundo desmoronarse desde su ventana. Es una voz íntima, cargada de melancolía, que refleja su carácter reflexivo y su identidad como artista. Sin embargo, esta elección también nos distancia de otras perspectivas: el Sarajevo de Zora es el único que conocemos, y el resto —su familia, sus vecinos— queda difuminado, como sombras en un cuadro incompleto.
La narración sigue un esquema lineal, dividido en secciones que corresponden a las estaciones del año, desde la primavera de 1992 hasta el invierno siguiente. Este ritmo lento, casi estancado, imita la monotonía del asedio: no hay grandes clímax, solo una acumulación de días grises, de pequeñas victorias y derrotas. La estructura carece de giros bruscos; en cambio, se construye sobre la repetición de actos cotidianos —buscar agua, compartir un trozo de pan, pintar— que reflejan el desgaste físico y emocional de Zora. Es una forma de contar que duele por su quietud, como si el tiempo mismo se hubiera detenido bajo el peso de la guerra.
En cuanto a los personajes, Zora es el alma de la novela, una mujer compleja cuya profundidad reside en su vulnerabilidad y su lucha interna. Antinacionalista y profundamente unida a Sarajevo, su decisión de quedarse la define tanto como su arte. A lo largo de la narración, pasa de la incredulidad a la supervivencia, su cuerpo debilitado por el hambre pero su espíritu aferrado a los pinceles. La autora la dota de una tristeza contenida, de una fuerza que no grita, sino que susurra, y eso la hace grande. Sin embargo, eché en falta algo más de profundidad en los personajes secundarios, como su marido, su madre, su hija o algunos vecinos (estos últimos, por ejemplo, si bien aportan momentos de calidez, funcionan más como ecos de la experiencia de Zora que como figuras independientes). Entiendo que esta falta de profundidad en el resto de los personajes refuerza el aislamiento de la protagonista, pero también deja cierto vacío en la trama.
El estilo de Priscilla Morris es un lamento escrito con pinceladas poéticas. Su prosa, cargada de imágenes sensoriales —las cenizas como mariposas, el sonido de un lienzo rasgado, el olor a humo—, tiene una belleza que contrasta con la crudeza del tema. Hay una delicadeza en su escritura, una contención que evita el melodrama pero abraza la tristeza como un hilo conductor. Sin embargo, esta sensibilidad en ocasiones se vuelve reiterativa, especialmente en las reflexiones de Zora sobre el arte. Es un estilo que invita a detenerse, a sentir el peso de cada palabra, pero que también exige paciencia.
Por si no ha quedado claro, la novela posee fortalezas y debilidades. Entre las primeras, la brillante y detallada ambientación, la profundidad con que está construida su protagonista (Zora) y el simbolismo de las mariposas negras, que enlaza historia y emoción haciendo inolvidable esta historia. Además, la autenticidad de Morris, tejida desde su herencia familiar, y su exploración del arte como salvación añaden capas de significado. Por otro lado, su ritmo lento, la falta de dinamismo y la poca profundidad en ciertos personajes secundarios son sus mayores debilidades. En cuanto al final, solo decir que me pareció ambiguo, aunque poético, y que deja preguntas sin respuesta.
Las mariposas de Sarajevo no es un libro que se lea para olvidar el mundo; es uno que se clava en el alma, que duele con cada página y deja un regusto de ceniza y esperanza. Priscilla Morris nos entrega un Sarajevo roto, una Zora que pinta puentes mientras todo se derrumba, y una tristeza que perdura. No es una lectura para todos: su lentitud y su peso emocional la hacen selectiva. Pero para quienes acepten caminar entre sus ruinas, es una elegía poderosa, un recordatorio de que incluso en la oscuridad, las mariposas —aun negras— pueden volar.
Mi valoración: 3.5/5

Priscilla Morris es una escritora británica de ascendencia bosnia. Creció en Londres, pasó los veranos en Sarajevo y estudió en la Universidad de Cambridge y en la Universidad de East Anglia. Enseña escritura creativa y divide su tiempo entre Irlanda y España. Inspirada en hechos reales del sitio de Sarajevo (1992-96), Las mariposas de Sarajevo es su primera novela.
FICHA TÉCNICA DEL LIBRO:
Título original: Black Butterflies
Título en español: Las mariposas de Sarajevo
Autora: Priscilla Morris
Traducción: Begoña Prat Rojo
Editorial: Duomo Ediciones (Colección: Nefelibata)
Género: Narrativa contemporánea, novela literaria
Encuadernación: Tapa blanda
Dimensiones: 21.5 x 14.0 cm
ISBN: 9788419834171
Fecha de edición: 10/02/2025
Nº de páginas: 256
Idioma: Español